20 de septiembre de 2010

Hijos de la rabia.

Estoy verdaderamente harto de esto. Es ya demasiado el tiempo que no pasa. Se comerán los cerdos... Los cerdos morirán envenenados. Envenenados por ese sueño homicida (quizá incluso suicida) de la libertad. No, hay que ser inteligente. No hay que dejar que la rabia emborrone la razón y la realidad. La realidad es fatal, y la razón es más que obvia. Entonces actua, enfrentate a tus enemigos, acaba con ellos. Bendita cobardía que adormece la rabia.

Ya no me queda saco. Le he cosido todos los bolsillos que he sido capaz, pero ya no me queda ni hilo. Ya solo me quedan esas pequeñas explosiones que preceden a la gran explosión. Como una bomba atómica que acabaría con todo mi mundo. Y que la humanidad entera mañana se muera y de igual. Pedazos destripados de robos, puñetazos, insultos, palabras...


La música está al máximo, y mi cabeza... se olvida de pensar. Me sumo a cada nota que sale de cada rasguido de la guitarra y me transmito por el aire, como una onda que pierde su fuerza a medida que avanza. Y las caricias se las guardas a tus muertos.



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