15 de noviembre de 2010

Victoria II

El ruido del grifo abierto era lo único que llenaba aquel baño. Las baldosas azules y grises estaban contagiadas de mi depresión, y parecían brillar menos cuando me encerraba allí. Mientras la bañera se llenaba, no podía dejar de mirar aquel rostro en el espejo. Ya no me conocía. Antes de todo aquello era una chica alegre y divertida, pero esas cualidades se fueron con él.
Le vi en el espejo, detrás de mí. Me giré rápidamente, pero él no estaba allí, como de costumbre.
La bañera estaba lo suficientemente llena. Me quité lo que me quedaba de ropa y, sin hacer caso de la baja temperatura, sumergí todo mi cuerpo en el agua. Absolutamente nada en el mundo era comparable a la tranquilidad que sentía bajo el agua, por eso creía que aquel era el sitio adecuado.
Él, otra vez. Salí sin pensarlo, pero aquella imagen que el agua distorsionaba ya no estaba fuera.

Basta.

Cogí las tijeras del segundo cajón y me senté en el borde de la bañera. Estaba desnuda y mojada. Cogí un mechón de mi pelo castaño y lo corté. Mi pelo, que olía a violetas. Pensaba meterlo en una cajita y enterrarlo en el jardín. Enterrarlo. Así estaría un poco más cerca de él.

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